En las penumbras de un ático se fue apagando una vela, en lo profundo de un pecho donde un corazón diseca, desangrándose en el cepo de la espera. En las tinieblas y en pena, dos pies dan pasos de alerta, amargada va la lengua llena de herpes que queman. Presienten faro, se acercan, se van de lado y se enlazan a mis letras. Los tomo en brazos; y los paro por sus piernas carabélicas.

Qué aliento raro, me huele al foso morboso del calvario; que Dios los quiera, pues no son malos ni aguafiestas.

Los acaloro, los deshielo y les dejo la puerta abierta para una página impresa, que cuente una historia ecléctica zapateada en el silencio de una mesa. Los aclimato en el tintero y luego los vuelvo humo de versos, con cielos  negros. Son estos mismos, recuerdo, pues antes nadie le había hecho caso a un espectro que anduviera vagando en secreto por el cementerio y previniéndonos sin miedo.

Y tras él, conjurando bajo el discreto cemento, la Quinta Columna en peso; reviviendo a un tiempo nuevo…

Fuego fatuos y argumentos, de ataúdes de recuerdos van saliendo. Se alumbra el panteón eterno y se ilumina el pensamiento, el mal desborda colérico y se enciende cual volcán, sobre un pico blanco en los cerros. Se levantan esqueletos de soldados en cristal, la tez sin barbas, la piel de sal. Cada uno con banderas para ondear, proclamando libertad sin censura en el velorio.

Con sus lenguas molestando al camposanto autoritario, cantando alto y susurrando lo acordado conspirando…

¡Hicimos pactos, son libertarios!  Y la Quinta Columna se levantó tarareando sin desmayo, si al final somos hermanos; ¿por qué truncarnos los pasos?