En la plaza de la esquina hay una verja que en invierno a cuenta gotas blanquea hojas, sus rejas no tienen puertas pues cerradas las mazmorras son más sórdidas. Los pocos bancos que allí quedan no estarán cuando vuelva la primavera, las lamparas encienden negras y en silencio solas sombras vagan locas, eternizando memorias de viejas vidas dichosas, de vientos que aciclonaron olas y de glorias. De muertos vivos que lloran, de cautivos de la roca y de amor golpeado que implora en el fondo de una fosa, donde lo honran con bombas.
– Del pasado en pedacitos, de la historia, de ayer, de antes, de otrora…
Y frente al muro que pega contra el pedestal de las normas, la vieja estatua del dogma inclinada se balancea y extenuada y temblorosa, al suelo cae cual placenta cuando en la noche la encierran largas horas. No se ve nada, ni colas, no se oyen bromas, no roncan, no maúllan, ni se ladra, ni se toca. Pues hasta gatos y perros de allí se van para otras, pues en esa Plaza, ni los cuervos, velan por matar a Lola. Y les reitero que es perverso lo que cuento, pero la vida es un juego, un largo camino abierto que me trajo hasta este pueblo, en un sueño.
― Rendido, insomne y perdido en la veleidad del suspiro, sin más remedio que hacerlo, andando a rostro bajito, sin animo para caprichos y sin dinero en los bolsillos, pero limpio.
Lleno de grasa y sin mesa, a esta hora y nunca a otra, come un mendigo las sobras que le dejan sus mecenas en barquillas de limosnas. Algunas llenas, otras pictóricas, la mayoría piadosa, alegres, sobrias y jocosas, al notar que con su boca las devora. Zozobra una piedra porosa y el pedestal hace un eco de tambora. Se desmorona y hecha arena el polvo esparce sobre el manjar, que el no bota, pues comer piedras sin dientes, endurece la retorica de quien se ahoga. Y en la plaza su dolor no siente, pues de abrigo cual alcoba es insonora.
Yo hasta a veces paso a verle, a conversar de otras cosas, le lleno su cantimplora, le doy monedas, le leo mis prosas. Fumo con el hierbas tontas, lloro cuando mi amigo llora y me alegro por el bien que el me provoca. Nada pidió, no digo ahora, pues la obra que se esculpe antes se apoya. Y allí dejo a soledad mi perezosa, por la plaza repujar sus viejos dogmas. Cual la estatua que inclinada balancea; y en las noches temblorosa el suelo toca. Muda por dentro, harta y hueca, que ni el eco de sus polvos la trasnocha.
- Y mi amigo, el viejo loco sin choza, a esta hora bajo su pedestal de cemento el frío controla; y yo le escribo esta prosa, pues de sueños rotos aquejo, aún a esta hora…
– El lo siente por sus fistulas morbosas, pues a quien come piedras a la larga o la corta, del ano le salen ronchas; y revive, gracias a las preciosas rosas que le dejó una señora en una nota…
― ¡Porque de olores que afloran, a pistola hartan la oca!
– Y yo lo siento pues la plaza cierra horas, justo al momento en que mis sueños caen de borda; y yo salgo a encaprichar la alentadora, a imaginar nuevas prosas, mientras coma.
Photographie Ariel Arias , Photographe cubain à Paris
SITIO WEB | http://www.ariaphotographe.com |
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