- ¿Y al contar con que me quedo…?
A menos dos, solo en nervios, frente a un muro de concreto ancho y pintado de negro, con vigas de hierro en el centro. Sin balanza el derrotero, al grado cero en invierno, olvidado y esperando un tren siniestro. En la parada del hielo donde congelan los sesos, aquí donde me dijeron que enterrarían mis huesos, replegado entre estos versos y un tintero.
- ¡Contando anhelos despierto, creyendo los ensueños que cuentan quienes leo…!
Sin más, ni menos, ni peros; y vacío dentro un jarro viejo, lleno de huecos e insectos. De esperpento majadero espantando amores muertos, de novio de terciopelo que guarda eternos secretos. En pobre diablo cojuelo, hecho cenizas, ardiendo y amargado en celos tétricos. Con la corona en el suelo, debilitado y muriendo a flujos lentos, en silencio.
- ¿Y al contar con que me quedo…?
De pies con los zapatos puestos, con mi pantalón vaquero azul claro destiñendo, rompiendo un cinto de cuero sobre mi espalda de necio. Con la camisa bullendo en sudores de romeo, con el monedero abierto para pagar lo que debo. Con la punta de los dedos escribiendo sobre un teclado sintético, pues la pluma la he clavado en mi pellejo.
- ¡Sacando cuentas leyendo, los poetas que existieron, legaron vestigios del tiempo!
― ¡Y gracias a ellos comprendemos cuanto valemos!
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Camaguey, Cuba
