Nada detiene al sonido cuando surca el firmamento, sin cuerpo, ni movimientos ondula hasta llegar lejos, como los gritos de incendios que en aquel lugar se oyeron, al ver que al encenderse el cielo, restos de mujeres cayeron sobre los techos. Y en una en plaza del centro, se clavó una ardiente y placida, en un gran hueco. Y al verla todos corrieron, los hombres se quitaron sus sombreros y las mujeres, ya sin velos, celaron su modelo perfecto.
– Y cuando pararon los fuegos locos mojados se vieron, después de un diluvio intenso que duró el cuento que leyendo, advirtieran que con versos, se ven los sueños más bellos…
– Y pasó el tiempo, años y años, meses de invierno, adiós, veranos, otoños, huesos y pellejo envejeciendo, porque en la realidad que cuento, también nos ponemos viejos; y lo vemos…
Hasta cierta primavera en que la piedra, después de una lluvia fresca, floreciera estilizada en carne de hembra. Y de aquel fósil sin ganas, de sus estrías de magma reverdecieran sus mamas inflamadas, dando del vientre esperma. Y que de su esbelta entereza, reviviera la pasión y la belleza de su excelsa Diosa eterna, sin ser griega. Fue quemada en el Desdén de las Existencialas presas, cuyas hordas un día cayeran, en trampas que causaron guerras.
– Inmolándose por ellas y por ello castigadas, a vagar por los planetas, cuales heroínas desterradas con vaginas de templarias, con sus carnes aún ahumadas, listas para la plancha.
― ¡Pero solo una, ERODIKA, eternizó aquel legado, al clavarse cual estatua en una plaza!
– Y esta es la tarja en piel de vaca para su Maja Holocaustica, pues la memoria aunque quemada y empedrada, deja cenizas de paja, polvo y lagrimas, por los lugares que pasa…
― ¡Y si de mujer se trata, deja gana de tocarla al ver su llama…!
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