Palabras a parte, se instalan, el rudo silencio habla y las cortinas de la sala que aún permanecen cerradas, contra la ventana pegadas y a duras penas estiradas, frente a una cabeza paran, sin más armas y en la nada que reflexiona con rabia antes de usarlas, serenas y calmadas, se entrelazan. Y cuál bienvenida a una estampa, la boca acaba por soltarlas.
– Y la voz alza, bajo la lampara ya encendida y ante una taza, humeante y cálida…
– ¡Se estira, bosteza, se relaja, no renuncia y la relata, como le salga, cuál fin de saga…!
Letras crudas masticadas, colmadas de dolores, de premuras y amalgamas, llenas de jerigonzas de semántica y de ganas que al vaciarse en la garganta, mutan en lánguidas lágrimas de flema ácida. Y son tantas que articuladas avanzan, que se aprietan y resaltan semiatadas. Y aunque paralelas tiradas, recalan hasta converger en el albor de la trama.
– Y en llanto abre la mañana y el invierno invoca al alba, evocando cara y luz a boca ancha; y entre tormentos y pausas, los pensares capitulan y vuelven las remembranzas olvidadas.
– Se enfría la casa, congela el agua, se invierte el karma y como hiela, atrista la esperanza.
― La maldición instalada en apartes de palabras, con letras crudas y jerigonzas rimadas antes de pasar la página de una historia que no acaba en sátira, al filo de la madrugada…
– Podada por su olor a rosa castrada, para con signos nombrar su fábula, e inmortalizarla.
– ¡Para ni muerto olvidarla y como eco de péndulo, colgarla, de otro universo sin sátiras…!