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Channel: Los Susurros de Cantero
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Se Clara, se Franco.

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la guardiana
 A quienes nunca esperan nada no les llega ni una carta, quizás se dijo al ver que puertas y ventanas permanecían cerradas y las luces apagadas, provocando el silencio de entrañas que le enseñoreaba la cara, la encargada de entregarlas, refiriéndose a algún vecino de marras al que la esperanza le escapaba. Y al tocar gritó tan alto que me despertó en la Habana, a la cual llegue remando sobre un auto, desde un París que está al lado, en mi mundo imaginario.
– En fin, recuerdos vagos que a veces pasan de largo al despertarnos, aunque no tengan cubanos.
– ¡Y sin embargo, yo recibo hasta mis gastos…; y el carbón del desterrado, a diario!
– Hola, disculpa, anoche me fui de copas y se me pegó la última pidiendole deseos a la luna, a qué se debe esa bulla, si hoy es sabado y tu no subes nunca. – ¿Andas oliendo, o te diviertes haciéndolo?
– Lavate la cara anda, que bien sabes que no soy una intrusa y que para subir al sexto piso hay que saber que se estará más cerca de la luna, la noche que viene, porque en la mañana no aparece.
 Quienes saben donde paran no llegan ni a pedir agua a donde tengan que pagarla, ya sea hervida, o destilada y ni así sea la embotellada, la bendita, o la barata que esté a la moda en la caja de la charca. Entonces, pensé, quizás me trae una carta y puede ser justo la que esperaba para justificar la trama y las letras de esta página, que aún se perfila apagada, triste, desvelada y sin butacas como la sala de mi casa. Blanca como sus paredes y vacía como mi alma, cuando aún deambula sonámbula.
– Y cuando me despierto sin ganas, perturbado por la vida drástica…
– ¿Deseas un café, te lo sirvo…?
– ¡No gracias, ya es casi el mediodía!
– ¡Si, verdad, ya se acaba la mañana!
– Sería mejor si me invitaras a un pollo a la barbaroja…
– Lo siento Clara, solo tengo mazas de lechón, puedo cocinarlas pero tardan.
– ¿No me puedes brindar ni dos huevos hechos rápido, a la plancha?
– ¡Ni eso querida, ni la mitad de uno, ni la yema, ni la cáscara!
– La cosa está mala Franco, lo se, mejor bajemos y almorzaremos en mi casa.
– Gracias, no tengo hambre, dime que te trae hasta tan alto…
– De nada muchacho, solo quise ayudarnos a seguir pensando.
– No te enfades, te reitero que por ahora solo deseo un café.
– Siento como un ligero aire de desconfianza en tu mirada y yo ni muerdo, ni rompo…
– No es eso, pero igual te brindo un vaso de agua y me cuentas desde ahí sentada.
– Ya sabía yo que si paraba, sudada, me refrescarías la garganta…
– ¡Es que no me quedan ni cervezas vecina!
– Te comprendo, e imagino que como el agua cuesta tan cara, me darás la de la casa…
– Es la que siempre he tomado y como sabes, tampoco es tan barata.
– Que bien, tienes agua y me quedan cigarrillos, igual me basta…
– Siempre me han gustado las personas comprensivas, espera te la alcanzo, mientras hablas. 
Cosas-que-tienes-que-hacer-con-tu-pareja
 En la cocina, mientras llenaba la jarra, me dije, que raro, pues entre Clara y yo siempre había existido una relación normal, sin más, como la de un inquilino que anda siempre sin tiempo y que aunque salude jocosamente a todos, mucho no habla. Y una conserje que solo aparece a las horas de recoger la basura y limpiar el inmueble, sonriente, seria y apurada. Por lo que los hola, hola cómo estás, los bien y tu como andas, los muchas gracias, buena suerte y hasta la proxima, eran las únicas frases que entre nosotros recordaba antes del ambiguo diálogo en la sala. Momento en el que por cierto me dio la cara y no como siempre, su esbelta espalda. De fina columna a la sublime talla, larga de hombros y ancha a las caderas, que se convierten en dos grandes conchas apresadas dentro de ropa estrecha al estilo de murallas y cubierta hasta los muslos por su falsa bata larga, blanca. 
– No demores Franco, que tenemos que hablar y es mucho, ven dale…
– Ya llego, solo termino de lavar dos vasos.
– Bien hecho, envié un texto a mi hija para que me suba las cervezas que quedan.
– Pero Clara, me estás proponiendo un aperitivo y es solo mediodía…
– Tengo sed Franco, creeme, solo dos para cada uno, pero en botellas grandes, pues son más rentables.
– Claro, e imagino que tendrás aún más sed cuando no pares de hablar…
– Me podre parar si lo deseo, aborrezco estar sentada todo el tiempo.
– ¿No seas irónica y dime, te podré interrumpir si no deseo escuchar lo que dices?
– ¡Claro, Franco, e igual te podre parar, si no te explicas y solo pides!
– Ok, entendido, abre la puerta que siento un ruido en la escalera y debe ser tu hija con las cervezas.
 Clara debe tener unos treinta y siete o treinta y ocho años, unos cinco o seis menos que yo pero a diferencia mía no hace su edad y no lo digo solo porque parezca la hermana mayor de Luz, su hija de quince, que tuvo siendo aún joven y estudiante con un muchacho de su país, Portugal, con el cual no estuvo verdaderamente casada, pero si vivieron juntos algún tiempo. El comentario lo escuche a un vecino entrometido que un día subiendo maldecía su belleza porque esta nunca lo miraba, ni así el hiciera de hipercortez, como se definió para con ella. Y a el al padre, Mirlo, lo había visto dos veces parado en la puerta conversando con la hija, parece un buen tipo, alto, delgado y educado.
– Mamá ya papi llegó y nos vamos en cuanto baje, dice que si tu ahora tomas con los vecinos.
– Eso a el no le interesa, no es mi marido, ni lo fue, ni tengo, es solo tu padre, dile que te cuide.
– Besos mamita, hasta el lunes, te quiero mucho, corro que papi está mal parqueado…
– Besos hijita, te extrañare, termina las tareas, no lo olvides y atención, con los varones no juegues.
– Ay mamá, ya por favor, yo se lo que hago, no tengo doce años…
– ¡Y yo se lo que te digo, mira que bien me mantengo previniendo amoríos!
 Una vez que Luz le dió la espalda, por cierto que serán muy parecidas, Clara la siguió con la vista hasta que casi llegó al quinto, se lanzaron dos besos, uno hacia abajo y el otro a la inversa, se miraron sonriendo y se hicieron un gesto de hasta luego en silencio y solo con sus manos. Cerró la puerta aún sonriente y enfiló hacia la cocina pensando que yo aún estaba allí, pero al alzar la mirada y ver de frente se percató que la miraba desde la sala y con su voz dulce, ya serena y sin miedo a la sed me dijo, Franco, las pongo en el refrigerador y nos sirvo dos vasos, calienta tus oídos que llego.
 Yo en realidad no entendía nada, no nos conocíamos bien como para llegar a tener tanta confianza en menos de quince minutos. Tampoco una mujer tan bella había visitado mi casa desde que lo recordara y ella, tampoco era de esas que pasan por gusto y por nada, solo por tirar una partida de caderas por la espalda. Ni yo tomo cervezas por la mañana al no ser que las vendan bajo el sol, o al borde de una playa. Eso sí, estaba seguro que venía por mis deudas de alquiler, a restregarme que sería expulsado por no poder pagarlo, puesto que desempleados no podemos comprar ni un saco.
– E imaginaba que como no sabia como decirmelo, pues prefería abrirme el circulo de los mendigos.
 Cuando volvió a la sala se acercó a la esquina del sofá donde yo estaba sentado hurgando para darme cuenta si habían cambios y aún sonriente me extendió su mano izquierda, sin mostrar interés en que resaltaran sus uñas largas pintadas de rojo y delineadas en mate, sus dedos finos y su tez trigueña quemada. No hacía falta, cómo no distinguir sus manos aún mojadas aguantando mi vaso que sudaba más que yo y que al tocarlo me congeló la punta de los dedos, por lo que el sueño se me quitó definitivamente. E igualmente le sonreí, agradeciendola cortésmente por su atento gesto. Aún sin darmela, había puesto la carta sobre la mesa de centro en cristal, frente a mi, bocabajo. Y sobre ella puso una pequeña cartera amarilla en tela dura, con su mazo de llaves y el paquete de cigarros. 
beer lovers
– Se sentó a mi lado, se quitó su bata de trabajo y quedó vestida con un jogging estrecho y apretado que descubría encantos que nunca había sospechado, hablando bajito mientras bendecía el sábado.
– ¿Te gustan mis tenis, me permites quitarmelos, dime, no me vas a preguntar lo que tengo que decirte…?
– ¡Que, no…!
– ¿Cómo puedes estar seguro de que no te interesa, o que no te interesará..?
– ¡No he dicho eso!
– Bueno te entiendo, llego a tu casa, te grito, no nos conocemos y tienes problemas de alquiler.
– Exacto Clara, eres tu quien tienes que dejar la vaselina y escupir a secas lo que te venga…
– Franco, como harás, en menos de un mes te van a expulsar de aquí y no tienes a donde ir.
– ¿Por que, tu piensas interceder a mi favor con la propietaria…?
– Yo, no eres mi marido y aunque lo hubieras sido, yo no regalo cariño a quien no puedo pedirselo.
– ¿Me estás proponiendo que sea tu hombre, el padre de tu próximo hijo, o tu amigo de domingo?
– No seas irónico que no me burlo, ni me rio de tu destino, me explico.
– Pues explícate con claridad mujer, que no acabo de entender tu escena.
– Dale, brindemos y no seas tan poco caballero, dame tu mechero, por favor…
– Salud, amiga efímera, que tu belleza no sea más que una quimera de hembra presa.
– Por mi no temas Franco, brindo por ti y por tus letras, que aunque no te lo haya dicho, me llegan.
– Gracias Clara, que sorpresa tan tierna, no sabía que me leías..; ¿y la carta, que cuenta?
– Ah, la carta, que bien, si comienzas a abrirte es porque la curiosidad te llega.
– ¡Y vuestra belleza… Señora, beba, que se le calienta la cerveza!
– No me hagas reir que usted nunca me ha mirado, ni dignado a compartir conmigo dos palabras.
– Es que siempre que nos vemos trabajas y vivo tan alto que monto rápido, además, casi no hablas.
– Bueno, bueno, no nos desviemos que no vine a conquistarte para calentarme los sesos.
– Te creo, espero, entonces dime, que te pasa…
– Franco, no es un secreto, si no lo sabes es porque no te paras, ya no soy más la guardiana.
– ¿Y eso Clara, ya no eres más la linda empleada esclava…?
– No, amigo, llegó mi hora y pedí la baja, pues deseo volar con mis propias alas.
– Si así fuera muchacha, ya en mi ves los trabajos que se pasan, cuando no ganamos nada.
– Si señorito, pero para eso está esa carta bienvenida y bien llegada, desde la distancia…
– No me digas que te llegó una carta mágica donde se vislumbra tu mañana…
– Mágica no, pero lo que me proponen se paga como el agua y no tendremos que limpiar nalgas.
– ¿Y a Luz, tu hija, te la llevarás, así…?
– No, no podré llevarmela a España, se quedará este año con el padre para terminar la escuela.
– ¡Ah, ok! – Entonces qué, te vas con tu amante, con amigos, o con un equipo…?
– Mi equipo eres tu, con quien mejor que contigo Franco, te vas conmigo y trabajaremos juntos.
– Y en que si se puede saber, porque hablas como si te hubiera dado de antemanos el visto positivo.
– Pues claro, como te leo se lo que te interesa desde niño, tengo visiones y te veo hasta dormido.
– Haciendo que, no entiendo en qué sentido me puedes haber definido…
– Pues, mira, si no lo sabes es porque no te lees más que a ti mismo, lee esto…
– Ah, que bien, disculpa, pero nunca me dijiste que igual eras graduada de filosofía y pintura.
– Ya ves, tu ex me regalo un libro tuyo y busqué para saber quien eras y desde entonces te sigo.
– Si, lo sabía, pero todavía no veo en que podría servirte Clara…
– En eso Franco, yo deseo escribir lo que piensas cuando no escribes y pintar lo que describes.
– No estás loca Clara, estás clara, e igual te hare letras dibujadas, me voy contigo a España…
– Busca otra cerveza anda, que Luz no se equivocó al traer todas las que quedaban guardadas.
– Si, brindaremos por la antigua guardiana, que esta tarde se hará aguas…
– Y por tu corazón de lava, Poeta, que me alienta y da esperanzas, dame tu mechero y pasa.
 Esta si que no me la esperaba, me volví a decir ya en la cocina, recordando el instante en que pase por delante de ella y me volvió a extender su brazo izquierdo para darme el vaso vacío, sonriendo y con sus ojos grandes abiertos. Creo que fue la primera vez que vi de cerca su pecho, sagrado atuendo y si recuerdo que, la evadi corriendo cuando se estiró diciendome, ni el cartero, te trae esto.
– La carta la responderemos y nos marcharemos contentos a la costa plácida, no lo dudes, soy maga.
 Al cabo del tercer vaso de cerveza ya comenzamos a ponernos de pies con más frecuencia y a pasar de un tema al otro imaginando con magia como armar el crucigrama. Ella permanecía sentada en la parte izquierda del sofá contándome todo tipo de historias sobre las vidas y a veces hablando de ella misma, con o sin gracia, como es esta, dulce y amarga, por lo que se sentía libre cada vez que se paraba. Y yo en la opuesta y más pegado a la pared y a la lámpara de pie, metálica y blanca, la escuchaba encantado ir y venir mientras espumaba. Por lo que cada vez que me paraba pasaba entre ella y la mesa en cristal, a veces derecho observándola desde arriba y admirando su negra cabellera larga y otras incurvado, recogiendo vasos y sonriendo frente a sus pecho, a la altura de su labios.
 Hasta que como a las tres y pico de la tarde, marzo comenzó a hacer de las suyas y volvió el agua. Cuando sintió frío se puso de nuevo la bata, por lo que cerré las persianas y no hizo falta calefacción, pues entre lluvia y musica llegó el calor y en una pasada la vuelta se quedó a medias y en espera para orinar, la taza. Claro, a fuerza de rosarnos cada vez que pasabamos y de tocarnos por los hombros y rodillas conversando, mi mano izquierda le agarró la que me daba su vaso, me la aguantó vacilando, la paré y terminamos bailando, apretados. 
quiero estar contigo, eso es todo
– Y al día ondulamos, tez con tez, cuerpo a cuerpo, desnudos y medios borrachos, ambos flechados; y a media noche bajamos, ambos, medios desnudos, casi borrachos y apretujados, cenandonos.
– Recomponiendo aquel crucigrama en un sueño largo, hasta el domingo, cuando nos levantamos; y tras el desayuno rápido, llenamos los formularios, firmamos los contratos y recomenzamos, claro.  
amantes relajando
– ¡En su apartamento, abajo, Clara gritando y yo atontado, les soy franco, viajando para relajarnos! 
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