Escondido detrás de los senos su corazón late lento, pero cuando le toco el pecho sus manos saltan, tiembla en encierro y un cataclismo arropa su alma, con su belleza de cuerpo que se derrama en el suelo. Y la veo está muriendo, le ha dado un dolor de besos, de esos que raptan los vellos y los erizan gimiendo. De los que labran los labios mordiéndose los nervios, de los que truenan los sesos y al pensar ya está lloviendo.
– De besos de esos, de flor de miel de madero, de mis labios fuego lento…
Y la veo está muriendo, yace tendida en el suelo, sus energías van cayendo en un rotundo deseo, tras un calentón de huesos, con los ovarios hirviendo. Y la veo está cediendo, sin pedirme que la salve pues lo quiere y la comprendo, está en paro, en jaque mate y cocinada al mismo tiempo, sedienta por mis dedos polvorientos. Y la veo padeciendo, se aloca, se engrifa y grita, loco, por tu amor me muero, dame tu cetro.
– Siento su aliento, sale el alma de su cuerpo y me atrapa en un bolero, el vaivén se vuelve un juego y su vientre inflama enfermo, dilatando en jugos gélidos benéficos…
Su corazón bombea a hierro, sus cabellos le entremezclo y en este clímax en tempo, pasa el tiempo y ella ha vuelto. Y la veo está rugiendo, vuelta una bestia sin frenos, me clavas sus uñas, lame mis dedos y me come ensangrentada cuanto tengo. Y cuando acaba el silencio, abre sus ojos, cuenta los hechos y se inspira de este cuento para galopar sobre mi fleco hacia rumbos extranjeros, donde se hablan dialectos unisexo.
– Y ahora les cuento que llego, que nada entiendo, atrapado por su lengua, entre mareos; y por sus gestos y rezos bañados de los aromas tiernos de sus besos majaderos.
– ¡Y otra vez veo la muriendo, de amor sin miedo, a fuego lento…!
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