Bajo los soles y lunas de noches y días enteros, durmiendo poco y aunque cansado despierto, saltando por sus causes ríos que nunca atravesaron pueblos, abordando al frío veleros que al zarpar de cada puerto hundieron tormentas cayendo. Una tarde, esperando un aguacero, tirando de su mulo y casi muerto, por las puertas del desierto apareció hecho polvo y cual sombra, negro, un Escudero sediento, que volvía sin Caballero del destierro.
Habían partido hacia tiempo a buscar épicos truenos, a batirse por senderos buscando reconocimiento y hasta en Castillos los vieron, ovacionando proyectos, sujetos de Reyes necios. Nos contó después de almuerzo, ya reposado y sereno, que ganaron oro y ciervos, tierras, caballos y premios. Coronas y Reinos en juegos y hasta el precio del dinero, fueron ellos quienes lo pusieron, repartiéndolo, hasta que perdieron el genio, por corromperlo.
– ¡Y ya ven, dijo aún bebiendo, de hombre mi Caballero, solo tenía el buen concepto…!
– Y argumentó por un momento con puntos de vista concretos, por rivalidades, excesos y leyes que condenaban sin ver, lo que pasaba en los pueblos, terminamos en un hueco…
E igual le explicó a los más viejos del Condado donde lo recogieron, que en los profundos adentros de aquel lugar oscuro y tétrico, ninguno de los dos se vieron. Y después de horas corriendo por galerías impregnadas de desprecio, de suelos bullentes y rocas calizas, blancas y cuales lanzas sobre sus cabezas dirigidas, encontraron las salidas que venían y no la que sus vidas convergía, abiertas a sublimes ironías, cada uno por su cuenta, dividas.
– Y la he buscado, hasta andando de rodillas, desde ese día, pues sepan que la Caballero, es el ardor que se atiza en mis costillas, es la mujer que me inspira; y la razón de sonrisas.
– Y la imagino por las orillas, ondulándose mientras me camina, o galopando en camisa…
– Terminó vino, cervezas, sacó una carta ya vieja y al desempolvarla me dijo, se la entregas, si un día llega; y emprendió el rumbo tras ella, inculcado por la deidad que el amor lega.
― ¡A sabiendas, de que sin adiós, no existen vueltas!
– Con una brújula que recogió en una mesa, a bregar sin destino por su época, para verla.
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Almuñécar, Grenade, Espagne
