No deseo pensar sobre nada, no deseo decir nada, ni escribir lo que me pasa, pues las hordas de palabras en mi cabeza se disparan y a la vuelta nada cambia, ni un febril naipe da su cara. Y pues, no siento rabia, ni morbo en polvo, ni escoba amarga, ni hierbas raras, ni mejorana. No pasa nada y le reitero, no me faltan las palabras, solo que andan disparadas y en las frases no se calan. Tenga presente que el habla, necesita ser pensada.
– ¡Y dígase que si no pasa nada, es porque he decidido evitarlas, pues no paran…!
– Ciertos vacíos de alma conllevan a la desesperanza, cierto, no diga nada, le escapan cual interrogatorio que acaba, pues por torbellinos de palabras, no se responde con las claras.
Aquella tarde, Domingo, sentía para que lo olieramos a aire de sábado de fin de invierno, fresco y cobrizo como el de las primeras lluvias de primavera, o las últimas de la temporada donde la nieve y la niebla nos congelan las arterias, como quieran. Pero igual de húmedo y frío que la temperatura de las losas de cementerio viejo. Motivo del torbellino de sus nervios, las brisas del entre marzo y febrero, que traen días de esos, feos.
Domingo Grande, me presento, llegó hace años diciendo y añademe el Padre, que tengo madre y no le gusta que la tomemos por un cero izquierdo. Su nombre exacto es Domingo Jesús Grande Padre, pero todos lo llamamos Mingo, así de simple y desde el principio lo abreviamos para no aburrirnos llamándolo por su corte tan larga, que asimilamos a una vieja oración proselitista. Era sábado, si, recuerdo; y el viernes nos llamamos para vernos.
– Aquí está la hoja del aviso por la que hasta aquí vinimos, buenas, mi nombre Vilo, así de cortico y preciso como lo he dicho y mis apellidos Cabello Aquino, propietario del recinto.
El que le hablaba al principio es Víctor, pero todos lo llamamos por sus apellidos, Canales del Río, que es más bonito y artístico. El es Justo Cuesta Filo, apodado el político por su bondad de cuchillo. Ella es Dolores Delirio la esposa Miguel Rodrigo, que como ve aún parecen dos tortolitos, después de tantos años juntos y con hijos que mezclaron a los Santos Risco con los Reyes Sino. Ella es Magdalena Villa Rosa y el Marsio Pozo Aparicio.
– Todo un sólido equipo al servicio del Programador de Objetivos, pero no espere, no vino.
Le reitero como le dijo Canales del Río, huele a corrido por los cataclismos, a revuelto en el molino y a perdido sin más sitio. Pregunte a Doña Delirio y ella le responderá lo mismo, por los dolores corroído se echó piso. Y ayer me dijo Rodrigo, Cabello Aquino, se le acabaron los bríos, pues en vilo no se piensa a nada lindo. Magdalena saca cuentas y dice que cuando lo ha visto, se ha crecido, pero Pozo, lo vio hundido y con el lagrimal rojizo.
– Y yo, sensible a lo que le decimos, siento que si no pasa nada acabarán los motivos y otro sábado, Domingo, nos pondrá en vuestro camino para soplarle brisas a vuestro vacío.
– ¡A sabiendas de que si eco le falta, responderán los Caladores de Palabras, a su servicio!
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