Divino vientre de bomba que explota cuando su ombligo rozan, ojos grandes zalameros, labios puestos con los dedos para que quedaran más bellos y pecho más grande que el cielo, pues lleva un corazón adentro, más grande que el universo y más tierno que un soneto. Cuerpo fino, esbelto, diestro, con curvas que hacen que estos versos, tengan vellos.
– Y que erizen la lujuria a puro verbo; y a dedos, los cimientos del cerebro este que tengo…
Que enaltecida troyana es la hembra de este cuento, me la encontré en una carta, tirada para ver el tiempo. No es ni guerrera, ni santa, no lleva velo, ni peto, no me ahoga con sus peros, ni me confina al desierto. Y si le dan la manzana la muerde por donde veneno no pusieron, me manda besos al alma y me los da recibiendo los míos ebrios, sobre su cuello.
– Y cuando menos lo pienso, me hechiza con sus trenzas largas; y yo cargada la mezo…
Que meneos, que cabellos, que esqueleto en que la riego, que surte carne sin huesos. Que lengua de suave acento, que saborea gimiendo y grita cuando me le pego. Anoche llegó corriendo y hoy al irse dijo vuelvo y al regresar al momento, acto seguido alzó el vuelo. Y cuando le pedí un deseo, respondió se mi maestro y te daré de mis adentros, hasta el cetro.
– Y por donde injerté el cerezo, se volvió leña el madero y ardió el lecho, clonando ecos…
Oh mi dios, la oí diciendo, bello empeine, dije al verlo, piel imberbe toque hirviendo, grandes botones contentos y queso donde se crea el salero. Manos de angel que tengo, dedos de diablo frenético y ella que no se queda lejos, es toda una diosa de versos que me convierte en ogro tierno. De los locos de eso, que sacamos y metemos; y aún quedan sesos.
– Y oh, mi dios, le salió de adentros al atar deseos; y explotó a vientre, al darme el cetro…
¿Que rosas dan esperanza si al soñar con mi cantero, me despierto floreciendo entre sus labios en pétalos? ¿Que puedo pedir, que quiero, que me consienta, o merecerlos? Si ya le he robado besos y ella ha aceptado concedermelos. Y la he llevado a lares de esos, donde convergen en huecos puertos sin marineros, pues en veleros partieron a abordar océanos.
– Y hasta el camino hacia el cetro lo vivimos mientras pereciamos; y oh, mi dios, llovimos, pues igual me dío en versillos, para que le abriera el destino, la clave del infinito mismo…
– Y oh, mi dios, lo vimos, iluminado; y pegaditos lo dijimos, orgasmizando al unisono…
– ¡Oh, mi amor, el infinito es bien gélido y hay sismos, consentidos por dios mismo!
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