– Quien sueñe con plantar olmos que den peras verdes en cartuchos y listas para hacerlas jugo, que sepa que ni el disimulo lega el júbilo de saberse un día lúcido; y al otro nulo…
– ¡Pero nunca estúpido, pues la imperfección es un lujo, al lado del creerse mucho…!
Ahora mismo en la escalera, si es que el oído le prestan, entenderán piernas sueltas acariciando las suelas. Remolcadas hacia arriba y desbocadas hacia abajo; y aunque lentas, bajo las caderas puestas y con zapatos pisando el suelo en pasos, cada vez que un pies sea dado caminando. Hablo corriendo y despacio, paro y reparto letras rimando aquí sentado.
– Y como leen, sigo diciendo que el plagio es condenado, cual si fuese un dicharacho mundano; y si no leen no es extraño pues el fin de los humanos, será quedarnos sin sabios.
De las ventanas hacía afuera se disipan las tormentas, pues cada vez que se cierran en las casas donde hay guerras, la suave calma penetra y aires de familia llegan. Pero si la puerta ancha un día abierta se nos queda, raudos los ladrones entran y se llevan lo que tengas, así sea a Magdalena, con todas sus prendas puestas. Y solo dejan las tormentas; y la guerra.
Y quien los vió ardió en su maleza pues también quería cogersela, pero perdió la chaqueta y se quedó sin chequera. Y Magdalena, la crédula, no captó que los ladrones se llevan hasta las camisetas viejas, si no no vale la pena, pues es bien ardua la tarea y si los cogen los encierran. Además la historia esta, no fue la misma en otra era, aviso por si discrepan.
Cuántas ideas no comienzan sin saber dónde terminan y por el medio de estas, cuando las dan por vencidas, pasan las melancolías, los reverberos sin brillantina, las tizas y las bolas llenas de tiras y de gérmenes que erizan. Y cuando las dan por perdidas, un Fénix la mente nos atiza y del fuego en que morían, brota la genialidad benigna, inspirada de sus ruinas.
– Sin surrealismo no hay vida y desde que la realidad nos atrista, pintamos la gelatina que gravita por la linfa; y si pinceles nos faltan, nos embarramos de mística, hasta pervertirla.
– Y vaya usted a saber lo que decía, pues esta historia no es mía, ni la han contado profetas, fue una oda que se perdía y que encontró mi cabeza, sacando cuentas concretas, sin penas.
– ¡Y a quien sus páginas llena, sepa que si no lo hago en esta, es porque así acabó la idea…!
– Entre frases con pinceles y acuarelas, expuesta, cual arboleda de olmos, que dan peras.
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