Vendo un pedazo de cielo entre el paralelo cero y el meridiano quinientos, donde de arriba hacia abajo se ven luceros corriendo, estrellas que brillan durmiendo y soles pasados de peso que iluminan el infierno. Igual vendo un cocotero, dos palmeras y un convento, donde de abajo hacía arriba la luna sube en dos tiempos, primero desnuda y en fuegos y luego orgasmizando helechos que florecen en invierno, menguando para no comérselos. Y también vendo, un corazón medio amnesico extirpado a un esqueleto negro.
– Y si preguntan por precios, sean exactos, pues no doy vuelto, ni regalos, ni consejos…
E igual vendo, libros cargados de versos, cuentos cortos, largos trechos y caminos de recuerdos guardados en un cofre viejo. La lata de un cenicero, fresas con sabor a besos, las calenturas de un lecho y la libertad sin encierros. Un termómetro, un gotero, lienzos que cuentan hechos y pasarelas de sueños con almohadones de cuero. Las tierras del extranjero, mares con peces hambrientos, la cama donde me hicieron, la fuente del conocimiento y la verdad que dijeron antes de mentir a un muerto para heredar su florero.
– Vendo todo y en concreto, no me vendo, aunque no tenga dinero…
En esta tienda el desierto va más allá de las puertas del cerebro, la arena en polvo da al techo y mi pecho asume el destierro como un niño con juguete nuevo. Las facturas no las tengo pues no guardo nada serio y hago inventarios días enteros contando los resentimientos y los juegos. Y para clientes buenos igual tengo un brazo abierto y el otro cerrado a los celos que suelen crear los necios. Vendo bombas, aguaceros, rayos con luces de pueblos y cascarilla de huevos de conejo. Y lego, la intensidad del eterno sentimiento.
Y por si no comprendieron dejo a las dudas deseos y a la realidad lo expuesto mientras viví careciendo. Y aseguro no padezco ni de fiebres por complejos, ni de alergias a los dedos, ni de falsas y mareos de otros cuerpos. Vendo hasta suerte y misterios, las partidas que perdieron mis ancestros y empanadas con color de caramelo. Y hasta vendo, la realidad del sujeto y lo predicado en los ejemplos que leyeron, la impunidad del pretérito y vuestros mayores esfuerzos sacados de los días más feos, sin odios, rencores, ni tarecos.
– Vendo todo pero no me vendo, pues si me pusiera precio todos dirían que no tengo; y tendría entonces, por cierto, que decir lo que no pienso y afirmarlo reiterando el palabreo.
– ¡Solo vendo mis objetos, no mis nervios!
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