Cuando menos hay y cuando ya más no somos, cuando rajan los polos de los dientes sin darnos gozo, parten los lagrimales a velar labios lánguidos bajo pómulos llorosos, cuando el padecer cubra al morbo y por la ciudad veamos rastros de ogros, más vale ceder que continuar ansiosos. Y cuando en plena noche nos agonicen los poros y perdamos el color, saltemos sin sed, aflojemos el dolor, disintamos y terminemos solos.
‒ ¡Pues lo mejor es meditar, ante lo insólito…!
– Y recordar la fuente de los años tórridos vividos siendo mozos, cuando aún amábamos con todo; y olvidar la razón que destrozó nuestro almohadón con sollozos.
Y cuando de nuestro obelisco platónico desterremos al idilio abriendo los ojos y una larga huella nos abrite el rostro, sonriendo atónitos, lo importante es despejar. Sin querer ver más señales de oprobio, que arruinen nuestros ruegos con clavos que nos traspasen. Pues a decir verdad nos sentiremos locos y no más nosotros, acariciando dudosos el polvo, debidos de felicidad y nulos, como un cero a la izquierda transitorio.
Reparando roles rotos por los otros, cumpliéndole a amores que nos dejaron solos, pues cuando menos hay y cuando ya más no somos y nos tildan de barcos cósmicos y de átomos antagónicos, es porque nos incineran en odio y no desvaloran, así valgamos más que el oro. Y si bostezamos tras el cansancio por hacer ver a un ciego las tesituras de un colchón de cristal, despertémonos sin riesgos, pues solo tenemos los sueños rotos.
– ¡Respetémonos, buscando razones para amar sin sacrificios, donde seamos queridos!
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