A mi ventana vino a posarse una paloma, con alas largas cuales dos rampas arreadas, con plumas suaves tan blancas como una mancha, de hirviente nata sobre el borde de una falda. Y ancho la abrí para que al ver la paz entrara, para intentar atraparle su presencia y en una pata, atarle un mensaje portador de mis palabras y susurrarle la razón de mis lágrimas calladas. Y luego soltarla al aire, para quedarme imaginándola.

– Y di en el clavo, espantándola, porque me quitó las ganas…

Y la paloma voló, voló, voló y voló hasta perderse en la distancia. De mis lares se esfumó como quien pasa y no se para, me gorjeó cuando partió como un adiós dicho sin aras. Y mi cigarrillo apagó cuando aleteando se marchaba, me lanzó un signo de no, pues a mí nadie me ata y deslumbrado me dejó, a la sombra de mis ansias. Y la paloma voló, voló y voló hacia otra ventana, a donde el blanco de marras, no tenga manchas.

Y la paloma voló, voló y voló y voló hacia nuevas albas, donde a la puesta del sol yazca la luna abandonada, del hueco donde ahora estoy hasta algún parque, o una plaza. Se fue a anidar al mirador de los amores del mañana, a en el faro y al calor, ver las gaviotas mojadas. Y a mí me dejó aquí sin voz, sin hablar pero llamándola, gritando del interior lo que mi existencia traga, amándola sin decir nada, cediendo el rol y diluyendo mis frías lágrimas al borde de una ventana.

– Y di en el clavo, con ganas, imaginándola, hasta encontrarla…

‒ ¡Batiendo en el viento estampas, por donde partí a buscarla!