Píntame el pecho del blanco que de tus adentros brota mientras te amo, llenando de cera mis manos que resbalan por tu ramo, mientras lo acaricio ensalivándolo. Vacía tu arranque en mis labios para sentir que me ahogo con ellos abiertos libando, muévete para disfrutarlo y déjame tinta de un baño, derretida, dilatada de un flechazo a pleno cráneo. Y déjate correr, apopa, tu miel de oruga y magnolia, con el poder de mi boca.
– Y si te das como quieres, déjame en jugo y sin sombra, atómica como la Gioconda y como Helena a caballo, galopando hacia el templado polo abstracto, de un orgasmo…
Deseo cual brebaje envenenado beberte de un sorbo y vivir momentos locos, en el desierto hecha polvo y bajo olas de pozo, atrapando tus antojos. Para de tu cable al cosmos subir sentada en mi trono, para montar un binomio que avive monstruos golosos y despierte los demonios de mis ojos, para gritar si te nombro y vivo saber que te cómo. Para oler a tu esperanza de hombre a todo, ida, llena del blanco que absorbo.
– Y si me pintas los dientes te morderé hasta las sienes, con gusto, por gozo…; y para darte lo que quieres, pues te conozco y me conozco entre tus poros, frente a tu rostro…
– Para pedir pues me entiendes y en mi te vas, cuando te das como no hay otro; y yo me doy a nosotros, viva, pidiéndonos, en blanco encerada y gélida, cual si fuera poco…
– ¡Ya que pedir no es costoso!
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