Ven acá, te quiero hablar, deseo decirte la verdad, por qué en las tardes cuando pasas yo te silbo, por qué te miro, luego sonrío y en silencio me retiro. Acércate y vas a escuchar, los latidos de mi corazón de niño, los suspiros de este amor y los besos que te doy cuando dormimos, porque sueño con tus labios rojos tibios, gimiendo alto, contra los míos. Y atiende a lo que te diré, pues mis palabras serán el himno, de nuestro nido.
Tú me gustas tanto que cuando te veo pasar, solo derrito. Tú me pones a temblar y al verte no puedo hablar, por eso río. Tú me inspiras al caminar y tras las sombras de tu andar yo me ilumino, me devuelves la mitad que dejé en la soledad de otros caminos, me despiertas y mañana ya es domingo. Me sonríes y revivo y me aborda un cataclismo repentino, terrífico, pues me embriago al vino tinto para irrigarte el anillo.
– Dime que sí pues me tienes y date diciendo eres mío…
Yo de ti voy a hacer versos infinitos, melodías de primor y un nuevo libro. Yo contigo haré el amor y desvestidos, te arroparé con mi piel tu ardiente limbo. Yo te voy a hacer nadar en largos ríos, en orgasmos que saldrán de tus delirios, cuales caudales de ramos de caprichos, entre lujuria y en blanco comprimidos. Dime que sí y volarás al paraíso, a donde florece la ilusión y se pierden los sentidos, a donde anida el amor al predecirlo.
– Dime que sí y ven conmigo, que de esperanzas al unísono, se da el destino…
– ¡Dime que sí te suplico, dame tu cariño; y siente mi espíritu!
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