Le robó un beso que abrió el cielo de su boca, mordió su lengua y le chupó su sangre roja, goteó en sus paños las lujurias de su gloria y partieron callados, ensalivados de aromas, las venas ardientes locas, abrazados a sus formas glamurosas. Y se mordían los labios como dos demoledoras y se sacaban los ojos, para verse halando lozas. Y dejaron aquel banco solo, bajo el albor que lo arropa, para ir a quitarse sus ropas en una alcoba.
– Y aquí me quedé colgado, sobre una rama de sombra, podando otra…
Esgrimiendo a esta estación que enfría la historia, en lo oscuro iluminando un día de rondas y arrimando mi memoria hasta una loma. Aquí esperando a una alondra, a que cante en mi balcón la redentora, a que abrigue mí pensar la contagiosa, aquí donde la pienso ahora, sobre una rama de sombra. Aquí sudando y a solas, envidiando a los dos enamorados que se marcharon en olas, después de un beso robado y otros sin pistola.
– ¡Aquí, imaginando a otra loca, cuando la alzo cual gajo, sobre una rama de sombra!
– Aquí en mi alcoba, desde donde diviso el banco bajo el árbol, sin la alondra…
– ¡De aquí, parado, sobre una rama de sombra!
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