De cuello flaco y una máscara atada a sus cabellos, sus largos rizos, negros, brillantes como la madrugada de un sueño que nos lleva lejos, que se arrastran hasta el suelo sobre su espalda, cual séquito de kilos de pelo, cuando los suelta corriendo. Un pañuelo en la cartera y el rostro en necio, sonriendo, su voz oyendo y ella en ejemplo de algún día en que la vieron, huyendo. Partiendo hacia donde se vea el cielo, en blancos y azules neutros.
– Huyendo de donde se levanta el vuelo, que va a otros tiempos…
Saliendo de donde durmiendo gravitaba enseñoreada, por ellos, gimiendo. Acalorada en el primero, tomando aire en el sexto y orgasmizando en el séptimo, aunque fuera a mil cerebros. Vista de ella aunque vestida de fuego, con pantalón de jogging, estrecho cual el edén con puerto donde descansan sus senderos. Su busto fundiendo pechos y los botones lelos, ciegos; y a la cadera un hilo lecho sin algodón en el medio, para nutrir sus adentros.
– La poca tela en que iba envuelta desnudaba su bello cuerpo, de piel blindada, con poros muertos, de hembra añorada, que agita nervios, por lo que si la imaginaron, la vieron…
– ¡Huyendo!
En sus ojos bien pintados se dibujaban los planes de quien buscaba uno nuevo, de quién las puertas de un auto, ve cuáles alas sin frenos. Y tomó la carretera que trae hasta donde nos vemos, bajo la lluvia de marzo que impregnaba el frío atrasado de algún enero ya viejo. Vino buscando lo nuestro a pasajes que existieron, se fue al pasado del cuento que había olvidado durmiendo, a retocarse allá lejos, al idílico misterio donde hoy la vieron.
– ¡Huyendo!
– Eh imagino que sonrieron, oyendo; y que la habrán visto corriendo, en su auto ensueño.
– ¡Huyendo!
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