Aquí al lado donde colgamos sin fusta a los parias del tocino, yacen los cuerpos aún vivos de ciertos seres atípicos que me encontré en el camino. A algunos los crucé corriendo, con otros dormí rendido, les di mi mano de amigo y hasta mi amor de días lindos. Y hoy llenan casi ya el sitio reservado para ellos, los puercos, pues el espacio del destierro abarca lo sufrido. Se disputan sin sentido cínicos recuerdos necios y hordas de olvidos cruentos, que no puedo dejar sueltos pues sin medio le desorbitan el limbo a quien no tenga cerebro.
– Y ahí los tengo, masculinos, femeninas y hasta opuestos, no los juzgo, pues comprendo que de gas de gasolina se inhala fuego y las caras de vitrina por ego exhalan olor a muerto.
– Y no te cuento, pues hablar o que sabemos no es correcto; y quien rinde, revive huevos…
Solo sabrás que el convenio lo hice con el dueño mismo de este quieto solar yermo, una persona que estimo y a quien por varios motivos le llaman El Elegido, porque comparte sus suelos con el agua y aire limpios y los vierte sobre el hielo, para crear lo perdido sacado de pedazos puestos y encontrados en el mismo ciclo. E igual elige a los convictos, las penas y los sacrificios que les hará pasar sin decirlo, los espejos, los reflejos y los miedos de ellos mismos que sentirán sin pedirlo y hasta el vino, pues de sangre saca tinto.
– Creo que viene de bien lejos, el vampiro, de más allá de lo visto, de Soledad, del desvío…
A veces pasa y comemos, conversamos sobre temas serios e igual locos sonreímos pensando a lo que hemos hecho. A los disímiles lares recorridos dando tiempo, a los encuentros fortuitos con los ángeles heréticos, a los dioses de prostíbulos y a los zánganos y ciervos. A las dudas, los aciertos, a los mareos y a los celos. Hablamos de todo un poco y hasta del bis de lo eterno, menos de ellos, pues a quien elija misterios no lo sorprenden con miedos, ni lo corrompen los presos. Y todos tenemos secretos, termina siempre diciendo.
– Pero nos marcan los feos y vivimos condenados a tenerlos, hasta el día antes del cementerio, imaginando el mal sueño amanecer en nuestro lecho cual fantasma majadero…
– ¡Por eso siempre los cuelgo y los riego con veneno de ardor seco, pues ni saliva les dejo!
En el encontré un compañero, sin buscar a mi alter ego, pues más que que yo un caballero, sin piedad el es un genio. Y maldice si mintieron, a inescrupulosos incrédulos, a talentosos tarecos, a las doñas con convento y a las magdalenas sin velo. Y no te cuento, de nada te valdría saberlo pues yo mismo, si lo entiendo, es porque creo, que quien elige abre huecos inoculando tormentos y luego espera al momento, en que partan los testigo, para romperlos. Y hoy te he elegido, es cierto y te he insinuado al teléfono, la razón que puedo.
– Pero sin decirte que quiero, proponertelos, puedes quedarte con ellos que ya les di su escarmiento metiendolos en el hielo; y si te place torcerlos, hundidos entre lengua y sesos…
– Lo acepto, pues el dueño del sitio no exhibe colgados del pecho; y me autoriza a cederlo.
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