Llegó del brazo de un hombre vestido de traje, iba vestida de blanco, en temblores y velo bien largo. Llevaba moños peinados con cintas colgando, codos bordados, la cola hasta el piso y un lazo, zapatos altos y en sueños el cielo tocando. Marchaba erguida y la corte aplaudía admirándolos, el sonriente decía, mi hija al altar te he portado; y ella con prisa a las nubes, apuraba el paso. Los dos del brazo del otro y yo solo, frente a ellos mirándolos, pensando al curso del viejo pasado, dándoles tiempo a llegar para fundirme en sus brazos.
– Para cargarla y cual astro girar ante el mundo parados, para decirle al oído bajito te amo.
– Les cuento que pretendíamos, sin dudas casarnos, e ir más allá del calor que disfruta del hábito, que retiene la pasión; y que al entrar al salón la razón confirmamos, realizándonos.
– ¡Nos atamos, al tentarnos, pretendiendo, concretamos!
Y partimos al tomar la escalera besándonos, con rosas, pompas y quimeras en ramos, bajamos tan rápido que hasta copas derramamos, pero ya ebrios la briza de alcohol suspiraba agitándonos; y nos pedíamos, hasta el cansancio. Y dejamos el hartar en silencio y a la gente gritando, que buena suerte, que vivan, que siempre tengan tanto. Que los dos juntos se sirvan de un único armario, pero no olviden que tienen además nuestros brazos, que la vida los consienta y que felices sean tanto, como les deseamos; y los escuchábamos.
– ¡Pues quien pretende asestar, toma consejos sanos!
– Y nos marchamos caminando, abrazados; y pretendemos no olvidarlo, pues nos amamos.
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