Después de siglos mordiéndose comiendo pan de piquitos y arrebatados cuales simios, las hordas de los Ofensivos Vitalicios sumidas y hechas tierra por caminos donde no crecían ni pinos, decidieron aliarse a la de los Sempiternos Cínicos, que se cuajaban destinos antes de podrirlos. Y a la de los Alérgicos Reprendidos que iguales jadeaban decrépitos, carentes pero desunidos y dementes y deprimidos, sin sentirlo, por los rumbos sus limbos fríos.
Y allí comienza este cuento, horas antes del delirio, en la salida de un pueblo llamado Picorarisimos, que se alzaba sobre tres colinas bordeadas por el caudaloso río Merrío, cuales aguas acordaban a sus vecinos prosperidad y buen tinto, olivares, carnes y cariño, pues a sus orillas los domingos acudían hasta los resentidos, a plantar millo. Entre el Valle de los Míos sembrado de rosas y eucaliptos y los Mogotes calizos, llenos de ratas y grillos.
– En lo profundo de un hueco protegido donde cortado del tiempo, al infinito, se hacía un ovillo, rodando tendido sobre fases de pasos místicos, sin saber qué hacer con lo existido…
Por aquellos tiempos sequía, hambruna y enfermedades poblaban cada región del planeta y solo en aquel confín, detenido, la vida seguía su turno iluminada y floreciente, irrigada en cada vuelta del Merrío, pues no llovía, sólo habían sismos. Y un día, como esos días de marras de los que malas bocas hablan, la noticia llegó a oídos del Magnífico, un hombre cruento y cretino, un asesino sediento, jefe de los clanes del Conflicto, que armó su tribu.
– Y buscó un quinto, a los Karma Malisimo, para que emboscaran a Cupido en su castillo…
Y andando se quita el frío, se dijeron, reunidos bajo Mantiquillo el dios de los recios finos, armados hasta los colmillos con hierro y uranio fundidos en oxígeno empobrecido, con orificios. Con bombas, virus y ritos de los más raros que el vicio puede crear sin sentido en pesadillas, que duren siglos. Y partieron al decirlo, a hacer la guerra con bríos para matar con aullidos a los ecos de los sacrificios, e imaginaron el sitio, rendido ante sus designios.
Al frente marchaban Bompillo, el terco y listo, Canideo, el consejero, Ladros, el maquiavélico, Fonitido, el portavoz de los de los jueces del congreso, Etibio, Liurides y Kaneco, representantes del credo, de los populistas sintéticos y de las trombas del violento chacaleo. Los comandantes del ejércitos de los Paradigmicos y abanderados de las huestes del Magnifico, el sempiterno rey del alardeo. Ministros de las plagas y tarecos en descenso.
– Y detrás de ellos, una armada de plebeyos listos para abrir el fuego, por primer empleo…
Solo que el gas que emitieron gritando a coro, están muertos, llegó hasta el pico más alto de los lares del Merrío. No hubo lluvias durante un tiempo larguísimo, hubo fuego, no hubo estrellas y el cielo se cubrió de un gris antiguo que sus habitantes no habían visto desde que echaron al jovenzuelo Magnífico, diez mil siglos antes de Jesucristo. Tembló el piso y en las cuestas del abismo, secó el río. Y en los valles de Picorarisimos, acabó el hilo.
Pero cuentan que del pueblo salió tranquilo su espíritu y se armó una legión de intranquilos, tranquilamente ejerciendo el poderío del mérito a vivirlo, de merecer lo tenido y de luchar por seguir siempre siendo amigos. Disfrutando de lo dicho y trabajando por el futuro, aunque costara sacrificios. Sin olvidar los domingo, ni las fiestas con buen vino a las orillas del río, sembrando millo. Ni las olas de cariño, ni el frescor bajo los pinos.
– Ni aquel dicho… :
– ¡Dime algo que me rio; y si no finjo, pues todo tiene sentido y vale la pena oirlo…!
Y solo así se dijeron, huele a podrido, son las hordas del Magnífico que han poblado los caminos y avanzan hacia nuestros pueblecitos. Démosles su merecido como hace siglos, allá abajo, en el valle de los olivares. Encerrandolos entre los mogotes para que ratas y murciélagos los devoren anocheciendo, mientras los desquician los grillos, acallando sus aullidos. Y así vencieron el día de los hechos; y a la desbandada como perros, corrieron.
Hundiéndose en lo profundo del más oscuro infinito, derretidos bajo Mantiquillo que entre vapores de guisos y espíritus de vinos tibios, perdió el ritmo lanzándolos al vacío. A gravitar por el limbo buscando el rumbo perdido cual maldición para empíricos, sin escalar a Picorarisimos, ni bañarse en las aguas del Merrío, sin embriagarse con sus tintos y sin encerrar a Cupido. Que como todo rey mítico, hizo con el amor un ciclo retroactivo.
– Y el dite que si me río, no finjo, lo hizo el himno de domingos de las orillas del tranquilo, Merrío, que bajo picos en las Crestas del Millo, corre infinito, mientras recuerdo y sonrío.
– Dime algo que me río y si no le encuentro sentido, te haré ver que los días lindos son rarísimos, que no finjo y aunque resentido nunca abdico, pues trago al vacio; y veo nitido.
– ¡Como decía Cupido, sembrando millo no seremos ricos, pero viviremos tranquilos!
– Y puesto que comprendo, me río…
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